El peligroso costo de imponer la reforma
La
firme posición de los sectores integrados en el Consejo Económico y
Social (CES) de no discutir nuevos impuestos sin que antes se pactara
una profunda revisión de la totalidad del gasto y la malversación de los
recursos públicos y de la calidad de la inversión no constituyó
sorpresa. La sociedad está indignada y exige rectificaciones.
Lo
que sí sorprendió fue la celeridad con que el Gobierno rompió las
conversaciones con los sectores sociales y su disposición a jugársela
imponiendo un nuevo parche fiscal, sin transar más allá de una reducción
del 14 por ciento en el paquete impositivo enviado al Congreso
Nacional.
Una
resistencia avisada. Durante los últimos años, con mayor énfasis en la
campaña electoral, y tras los comicios de mayo, los más diversos
sectores sociales, relevantemente el empresarial y las organizaciones
sociales comprometidas en la promoción del desarrollo y la pulcritud
democrática, advirtieron sistemáticamente que no aceptarían nuevos
parches tributarios en aras del dispendio, la corrupción, el
clientelismo.
El
reclamo de un pacto fiscal que incluyera una revisión del gasto y la
exigencia de prioridades para el desarrollo y la competitividad
aparecieron en todos los escenarios de concertación política y social y
llegaron a la Constitución del 2010 y a la Estrategia Nacional de
Desarrollo (END) discutida durante años y promulgada en enero pasado.
El
Informe de la Comisión Internacional encabezada por Jacques Attalí por
encargo del gobierno del doctor Leonel Fernández diagnosticó en
noviembre del 2010, la distancia entre los poderes públicos y la
sociedad y especificó como primera de siete grandes iniciativas la
adopción de disposiciones “para devolver la confianza en las
instituciones”, como requisito para lograr un pacto fiscal.
Desde
la campaña electoral y en su discurso de juramentación, el presidente
Danilo Medina se abanderó con los tres pactos fundamentales proclamados
en la END comenzando con el fiscal. De inmediato anunció que convocaba
al CES para buscarlo y este organismo, integrado por representantes de
los sectores empresarial, sindical y social, no tuvo dificultad en
consensuar nueve “Principios Orientadores del Pacto Fiscal, resumidos en
este espacio el 2 de septiembre.
Una
y otra vez los dirigentes sociales insistieron en que esta vez no se
dejarían engañar ni dividir de los políticos, como había ocurrido en
seis reformas tributarias de la última década, que no aceptarían mayores
gravámenes sin un pacto integral que rectifique la calidad del gasto y
de la inversión, en orden al desarrollo humano y productivo, con
participación y contraloría social, con sostenibilidad fiscal y que
supere la discrecionalidad, el despilfarro y la malversación.
Rechazo a otro parche.
Cuando el 3 de octubre el Gobierno presentó al CES su proyecto para
recaudar en el 2013 más de 55 mil millones de pesos adicionales, el
mismo ministro de Economía advirtió que no encontraron forma de reducir
significativamente el gasto “sin echar más leña al fuego”, sellándolo
como estrictamente tributario, provocando rechazo general de los
sectores sociales, la dispersa oposición y de los medios de
comunicación.
En
conocimiento de que el abuso inconstitucional e ilegal y la
politiquería más descaradas habían llevado el déficit presupuestario de
este año a un 8 por ciento del producto bruto, entre 183 mil y 187 mil
millones de pesos y en medio de innumerables escándalos de liquidaciones
y pensiones desorbitadas de altos funcionarios, los principios
consensuados en el CES tomaron más fuerza.
De
ahí el rechazo formal al paquete impositivo y la reiteración de la
discusión de “un pacto fiscal integral como lo dispone el artículo 36 de
la ley 1-12” (END). El CES con la asesoría de un amplio equipo de
economistas y expertos fiscales planteó un “presupuesto de transición”
para el 2013, pero no a partir del desorbitado de este año, sino del año
pasado, que “representa un 23 por ciento de incremento del gasto
ejecutado en el 2011 sin la necesidad inmediata de establecer nuevos
gravámenes”. Sería de 410 mil millones de pesos sin incluir las
aplicaciones financieras. (Comunicado íntegro en HOY, 26 de octubre,
página 3-A).
El
planteamiento reclamaba al Gobierno identificar y cuantificar la
reducción del gasto por vía de la corrupción, de la malversación, de los
altos sueldos y pensiones, de la eliminación de organismos inoperantes
reductos de clientelas políticas, de la fusión de otros de similares
funciones, de revisión de onerosos contratos mineros y eléctricos, del
achicamiento de la escandalosa nómina de vicecónsules y diplomáticos, de
consejos directivos, de barrilitos y cofrecitos de repartos, no sólo
del Congreso sino también de los ayuntamientos e innumerables
instituciones estatales. Nada nuevo, lo que se venía reclamando por
años, lo que el informe Attalí consignó como condición para el pacto
fiscal: restaurar la confianza de la sociedad.
Lo que siempre se ha hecho.
Cuando se esperaba una contraoferta del Gobierno, asumiéndose que su
propuesta original podría ser objeto de negociación, sus representantes
precipitaron el rompimiento, apenas dos semanas después de iniciada la
consulta y con más de dos meses para el nuevo año. El ministro de
Economía Temístocles Montás había dicho el 14 de octubre que el
presupuesto del 2013 estaría entre 430 y 350 mil millones de pesos por
lo que la diferencia con la propuesta del CES oscilaba de 20 a 40 mil
millones. Se rechazó la transacción que a la mitad hubiese conllevado
entre ingresos y reducción de gastos de 10 a 20 mil millones de pesos.
El
problema de fondo es que como dijo Montás al presentar el plan original
“las finanzas públicas se hacen insostenibles con esos niveles del
déficit” y ahora se depende más que nunca de un acuerdo con el Fondo
Monetario Internacional que reclama un saneamiento radical. La
alternativa para el equilibrio sería cortar a fondo el clientelismo y la
malversación, pero el sistema político no luce aún en capacidad para
emprenderlo.
Contradiciendo
el discurso y el compromiso del presidente Medina, su Gobierno optó por
lo que siempre se ha hecho: pedirle a la población que siga financiando
el dispendio, porque no es posible apretar los cinturones de los
políticos. El decreto de austeridad del 22 de agosto fue un buen
comienzo, pero no rebasa los de austeridad de Leonel Fernández,
incluyendo la ley del 2007, que nunca se cumplieron, por lo que queda
todavía en veremos.
Es
obvio que la desconfianza de la población es muy grande, y está más que
diagnosticada y justificada. El Gobierno perdió la oportunidad de
“hacer lo que nunca se ha hecho”, cambió su propósito original y volvió a
optar por el parche, desconociendo el mandato constitucional y la ley
de END que crean el escenario del CES. Previamente ya habían comenzado a
descalificar el organismo y un dirigente oficialista llegó al extremo
de definirlo como “mezcla de macos y cacatas”.
Un camino muy costoso.
El proyecto sometido al Congreso implica una reducción del paquete
tributario original de 7 mil 717 millones de pesos, equivalentes al 14
por ciento, al pasar de 55 mil 14 millones a 47 mil 297. Pero sigue
siendo gravoso para todos los sectores sociales, en mayor o menor medida
y en vez de promover productividad y competitividad, en lo inmediato
implicaría serias dificultades, no sólo para los grandes intereses
empresariales como vende la política, sino hasta para pequeñas y micros
empresas. Por ejemplo, el cobro de 12 mil pesos anuales, ajustables a la
inflación, a los detallistas de mercancías “que no tributen en el
régimen ordinario”.
Parece
obvio que se impuso la línea política leonelista que niega toda
reducción de gasto y se sustenta en un clientelismo exacerbado y compra
de conciencia arriba, en el medio y debajo de la sociedad, (se sacan dos
pesos de cada galón de combustibles para los transportistas) y apela al
pragmatismo político salvaje de simplemente utilizar el poder.
Fernández no tuvo empacho en reunirse esta semana con sus senadores para
que venzan escrúpulos y aprueben el paquete derivado de su descomunal
déficit fiscal. La decisión de imponer la reforma en un Congreso bajo su
control y a cualquier precio, es alentada por la división del principal
partido de oposición que Fernández ha financiado y sostenido y el
gobierno de Danilo Medina será cada vez más dependiente del camino viejo
que prometió corregir. Rompe prematuramente su luna de miel con la
población y se expone a graves problemas de gobernabilidad y hasta de
legitimidad, sobre todo si aprueban la reforma sin las dos terceras
partes de los votos, que no los tienen en la Cámara de Diputados. Ya el
pragmático secretario general del PLD y presidente del Senado, Reinaldo
Pared, ha negado que sea una ley orgánica, aunque el experto
constitucionalista Cristóbal Gómez y el diputado Hugo Tolentino han
recordado que el artículo 112 de la Constitución incluye en esa
categoría “el régimen económico financiero; el presupuesto,
planificación e inversión pública”.
Todavía
en el Congreso tendrán que hacer concesiones, sobre todo si sirven para
dividir a sectores empresariales y sindicales, pero parece que se
impuso la decisión de marchar solos contra vientos y mareas sin importar
lo que piense el resto de la sociedad, confiados en que vencerán las
resistencias. Conlleva el riesgo de generar nuevos protagonismos y
liderazgos sociales que sustituyan el desgaste de la oposición política y
un estado de insubordinación que anule o reduzca lo que se pretende
recaudar y derive en mayores confrontaciones. Los políticos no advierten
el estado exacerbado de indignación y disposición a la resistencia que
se refleja en todos los ambientes y en los medios de comunicación y las
redes sociales.
Fuentes. http://www.noticia24h.com