¿800 mensajes en una semana? Diario de tres adictos al celular
En una semana reciente, el estudiante de Medicina envió 40 correos
electrónicos y 399 mensajes de texto. Tomó 25 fotografías, compró dos
boletos de cine, descargó cuatro canciones, vio una película completa,
revisó el pronóstico del clima 15 veces, compró en Target, navegó la web
durante 129 minutos y pasó cinco horas y media socializando con amigos
en Facebook. Todo desde su iPhone 4S.
“No soy mi teléfono, pero mi teléfono es un reflejo de mí”, dijo
Smith, de 26 años, de Louisville, Kentucky, Estados Unidos. “Hace un muy
buen trabajo tomando y guardando mi vida en un pequeño y ligero resumen
del tamaño de mi bolsillo. Es casi como si tuviera una copia de mi
cerebro en mis manos”.
CNN pidió a un conjunto de personas
documentar todo lo que hacen en sus smartphones en el transcurso de una
semana: cada mensaje de texto, cada tuit, cada minuto que pasan en
Instagram o jugando Words with Friends.
No fue un proyecto científico. Nuestros voluntarios, autodescritos
como adictos a los smartphones, son probablemente mucho más activos con
sus teléfonos que la persona promedio. La idea era simplemente
demostrar, ya sea que nos percatemos o no, cuánto tiempo de nuestras
vidas diarias ahora es conducido a través de estas pequeñas pantallas
brillantes.
No solo es que estemos mucho tiempo en nuestros teléfonos. Es que los
dispositivos se han vuelto cápsulas de tiempo de nuestras vidas,
documentando nuestro trabajo, nuestras interacciones sociales, nuestras
compras, nuestros viajes, nuestras pasiones y nuestros placeres
culposos.
En una semana a principios de septiembre, Kathleen Baker envió 256
correos electrónicos desde su teléfono, muchos de ellos eran parte de
sus deberes como directora de vivienda para una universidad. También
publicó 34 actualizaciones o comentarios en Facebook, dio “me gusta” a
18 publicaciones y leyó 93 publicaciones de amigos (55 de las cuales
fueron en su cumpleaños). De alguna manera, también pasó otras nueve
horas más esa semana utilizando su teléfono para navegar en la web,
jugar, revisar sus estados de cuenta y escuchar audiolibros y música.
“En realidad no lo uso tantas horas como pensé que lo haría”, dijo
Baker, de 46 años, quien vive con su esposo y sus tres hijos pequeños en
Seattle, Estados Unidos. “(En el reporte) no incluí ningún momento en
el que utilicé mi teléfono para entretener a mis hijos (…) estoy muy
consciente de mi dependencia en el teléfono, así que no fue demasiado
sorprendente.
“El teléfono definitivamente me ayuda a mantenerme al tanto de todas
las partes móviles de mi vida. Casi siempre estoy ocupada, y me permite
arreglar todo”, Baker añadió en un correo electrónico. “Aunque algunas
personas pueden sentirse atadas a sus trabajos gracias a la tecnología,
estoy feliz de tener la ventaja de tener un smartphone. No puedo
imaginar cómo arreglaría un trabajo alocado, tres hijos, las
obligaciones de la familia, y estudios doctorales ¡sin esto! Soy una
adicta feliz”.
Como Baker, la mayoría de las personas que comparten sus hábitos de
uso con los smartphones dijeron que su teléfono fue algo positivo en sus
vidas, no una carga o la raíz de una adicción no saludable.
“Mis amigos me dicen que fácilmente soy la persona más accesible que
conocen. Mi teléfono es mi línea de vida, y cada intento para reducir el
uso es sólo una tontería”, dijo Stephen Anfield, de 31 años, un
escritor freelance y consultor de redes sociales.
Anfield, quien vive en Alexandria, Virginia, Estados Unidos, justo
afuera de Washington, envió 423 mensajes de texto durante la semana que
rastreó el uso de su teléfono. También envió 228 mensajes de Twitter,
ingresó en 26 ubicaciones en Foursquare, publicó nueve fotografías en
Instagram y pidió tres órdenes de Five Guys Burgers (un restaurante).
Ah, y recibió dos mensajes de voz. Aún no los ha escuchado.
Como muchas personas que participaron en este experimento, Anfield
prefiere comunicarse por mensajes de texto o correos electrónicos. Y
como los demás, encuentra difícil pasar más que algunos minutos sin
revisar su Droid Razr. Ve su teléfono casi como una extensión de sí
mismo.
“Si alguien levanta mi teléfono, me pone nervioso”, dijo. “No es un
asunto de privacidad. No hay nada que esconda, creo que es un objeto muy
personal”.
Smith, el estudiante de secundaria de Louisville, dijo que no se
percataba de cuánto utilizaba su teléfono hasta que documentó su uso
durante una semana.
“Estaba sorprendido por cuán integrado estaba mi teléfono en mi vida.
Es casi como un apéndice anatómico, unido a mi persona como si fuera
una parte de mi mano”, dijo.
En las pocas ocasiones en que Smith ha dejado su teléfono en casa, se vuelve ansioso y deprimido.
“Mis palmas sudan, mi corazón se acelera, comienzo a morderme los
labios”, dijo en un correo electrónico. “Mi mente está ocupada por
pensamientos de irme a casa para obtener mi teléfono. Me siento aislado
del mundo”.
Después de anotar todo el uso de su teléfono y mirar a la página
(casi 800 mensajes de texto enviados y recibidos) Smith se preguntó si
dependía demasiado de su teléfono. ¿Debería recortar el uso? ¿Estaba
perdiéndose el mundo a su alrededor? ¿Sufrían sus relaciones?
Al final, decidió que no. Los beneficios de utilizar su teléfono superaban cualquier desventaja potencial.
“Necesitamos ser cuidadosos para no digitalizar toda nuestra
existencia, no reemplazar nuestras vidas con un microchip”, dijo. Pero
Smith cree que su teléfono aumenta, y no le quita, sus relaciones
humanas en la vida real. Para él rompe las barreras y le da libertad.
“Siento como si mi computadora laptop me anclara en un lugar. Son
antiguas en un sentido, los dispositivos electrónicos de nuestros padres
y abuelos”, dijo. “No quiero estar atrapado en los confines de un
escritorio y silla, y el mundo de hoy no es tan compatible con esos
tipos de dispositivos. El mundo de hoy es demasiado fluido para eso”.
Fuentes: http://cnnespanol.cnn.com
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