¿Se debe permitir que los bebés lloren hasta dormirse?
Sin lugar a dudas, la mayor pelea
materna que he visto ocurrió antes de una clase de Mamá y Yo, e
involucró a dos madres del Upper West Side de Nueva York que discutían
los pros y los contras del método de dejar que los niños lloren hasta
que se queden dormidos.
La joven instructora, quien parecía estar lista para llorar, tuvo que
intervenir para poner fin a la discusión y empezar la clase.
El método de dejar llorar a los niños por periodos variables antes de ofrecerles consuelo tiene como meta hacer que tu bebé aprenda a dormirse solo para que también tú puedas descansar.
El método de dejar llorar a los niños por periodos variables antes de ofrecerles consuelo tiene como meta hacer que tu bebé aprenda a dormirse solo para que también tú puedas descansar.
En el centro de todo está el estrés y la cordura: la del bebé, la
tuya y la de cualquiera que esté lo suficientemente cerca como para
escuchar.
El método está sujeto a intensos debates, opiniones apasionadas y estudios con descubrimientos contradictorios.
Hace unas semanas, la revista Developmental Psychology publicó un
estudio en el que se apoyaba la noción de que la mayoría de los niños
mayores de seis meses estaría mejor si se les dejaba solos para que se
tranquilizaran y se durmieran.
Al señalar que la falta de sueño puede exacerbar la depresión
materna, la investigadora y profesora de la Universidad Temple, Marsha
Weinraub, concluyó: “Como las madres de nuestro estudio describían que
el que los niños se despertaban varias veces durante la semana
ocasionaba problemas para ellas y sus familiares, los padres podrían
sentirse animados a establecer una rutina más detallada y cuidadosamente
dirigida para ayudar a los bebés a tranquilizarse a sí mismos y a
tomarse un descanso ocasional”.
La mayoría de los expertos coincide en que el bienestar de los padres
es vital para la salud y el desarrollo de los infantes. Weintraub
insinuó que sería beneficioso que se hicieran más investigaciones acerca
de la relación entre las veces que despierta un infante y la depresión
materna.
Dormir adecuadamente es, desde luego, clave para los niveles de
estrés de los padres. Se ha asociado la falta de sueño con un riesgo
radicalmente mayor de depresión materna y de problemas maritales.
Lo que enturbia las aguas es lo bien (o mal) que se desempeña un bebé en el escenario del llanto.
Del lado del entrenamiento para favorecer el sueño, está un estudio
australiano publicado en septiembre en el que se estudió a 326 niños,
cuyos padres reportaban problemas para dormir a los siete meses. La
mitad de los bebés se distribuyeron en un grupo al que se dio
entrenamiento para dormir y la otra mitad fue el grupo de control con el
que no se usó dicho entrenamiento.
Cinco años más tarde, los investigadores dieron seguimiento a los participantes, que ahora tenían seis años, y a sus padres.
Los niños de ambos grupos mostraron pocas o ninguna diferencia
significativa en cuanto a la salud emocional, comportamiento o
trastornos del sueño. Los niveles de estrés o depresión de las madres
eran casi los mismos, al igual que los lazos entre padres e hijos en
ambos grupos.
Los investigadores descubrieron que no hay problema si se permite que
los niños lloren durante periodos limitados mientras aprenden a
dormirse solos.
En contradicción directa con este estudio está una investigación
realizada en la Universidad del Norte de Texas que se publicó el año
pasado en la revista Early Human Development. Los investigadores
observaron a 25 infantes de entre cuatro y 10 meses en un programa de
entrenamiento para dormir de cinco días y monitorearon los niveles de la
hormona del estrés (la cortisona) en los bebés, a quienes dejaron
llorar hasta que se quedaran dormidos sin consolarlos.
Los científicos midieron cada noche el tiempo que los infantes
lloraron antes de quedarse dormidos. Las madres esperaban en la
habitación adyacente y escuchaban llorar a sus bebés pero no se les
permitió entrar a consolarlos.
Para la tercera noche, los bebés lloraron por un periodo más breve y
se quedaban dormidos más rápidamente. Sin embargo, los niveles de
cortisona medidos en su saliva seguían siendo elevados, lo que indicaba
que los infantes estaban igual de estresados que si hubieran seguido
llorando. Así que aunque los niveles internos de angustia de los
infantes no habían cambiado, las exteriorizaciones de ese estrés se
extinguían a través del entrenamiento para dormir.
En el caso de las madres, los niveles de la hormona del estrés
disminuyeron conforme parecía que los bebés se calmaban y se quedaban
dormidos.
En el estudio no se especificó si los niveles de estrés de los bebés
disminuían conforme sus patrones de sueño se normalizaban. Los
investigadores están estudiando este asunto y otros más como parte de un
seguimiento más extenso.
Como pasa con la mayoría de las cosas en la vida, cuando se trata de
bebés y la ciencia del sueño, la única certeza es que no hay certezas.
Los que viajamos en la montaña rusa de la paternidad moderna somos los
primeros testigos de que la perfección simplemente no existe, en
especial cuando tienes los ojos enrojecidos, tienes insomnio a las 4:15
de la madrugada y te espera un día de trabajo.
Algunos investigadores sugieren que los padres podrían lograr cierta claridad si parten desde una meta a largo plazo.
Darcia Narvaez, profesora de psicología en la Universidad Notre Dame,
estudia la cognición y el desarrollo moral. En sus investigaciones
estudia la influencia que tienen las experiencias de las etapas
tempranas de la vida en el desarrollo del cerebro, el funcionamiento
moral y la personalidad en niños y adultos.
Narváez impulsa un estilo de paternidad más receptivo que imita las
prácticas de crianza ancestrales como la lactancia, el contacto físico
frecuente, consolar a los bebés angustiados, jugar en exteriores y una
comunidad más amplia de cuidadores.
De acuerdo con Narváez, las investigaciones demuestran que la
paternidad receptiva puede ayudar a que los infantes desarrollen la
autorregulación y puede influir en la consciencia, el control de
impulsos, la empatía, la adaptabilidad y otros atributos de la
personalidad.
La lista de Narváez es asombrosamente parecida al grupo de
características que el periodista Paul Tough discute en su libro: How
Children Succeed: Grit, Curiosity, and the Hidden Power of Character
(Cómo triunfan los niños: el valor, la curiosidad y el poder oculto de
la personalidad).
En el libro, Tough examina las habilidades y los rasgos que llevan al
éxito y finalmente plantea la hipótesis de que los atributos de la
personalidad pueden ser más importantes que las habilidades cognitivas
como el CI y la inteligencia.
“En la última década y en especial en los últimos años”, escribe
Tough, “un variado grupo de economistas, educadores, psicólogos y
neurocientíficos han empezado a presentar pruebas de que… lo que más
importa en el desarrollo de un niño… no es cuánta información puede
introducirse en su cerebro durante los primeros años de vida. Lo que
importa es si somos capaces de ayudarle a desarrollar una serie de
cualidades muy diferentes, entre las que están la perseverancia, el
autocontrol, la curiosidad, la meticulosidad, el valor y la confianza en
sí mismo”.
¿Puede la paternidad responsable sentar las bases durante el primer
año de vida del niño para la óptima regulación de las respuestas
sociales y conductuales y tal vez para un mayor éxito en la vida? Parece
una pesada carga. Nadie lo sabe con certeza.
Fuentes: http://cnnespanol.cnn.com





